Brisingr by Christopher Paolini

Brisingr by Christopher Paolini

autor:Christopher Paolini
La lengua: spa
Format: epub, mobi
publicado: 2008-10-01T04:00:00+00:00


Huellas de Sombra

Saphira, dando unos saltos vertiginosos, llevó a Eragon a través del campamento hasta la tienda de Roran y de Katrina. Fuera de la tienda, Katrina estaba lavando un vestido en un cubo lleno de agua jabonosa y frotaba la tela blanca sobre una tabla de lavar. Saphira aterrizó a su lado levantando una nube de polvo y ella se cubrió los ojos con la mano para protegerse.

Roran salió de la tienda abrochándose el cinturón, tosiendo y achinando los ojos ante la polvareda.

—¿Qué os trae por aquí? —preguntó mientras Eragon desmontaba.

Eragon les habló rápidamente de su partida e insistió en la importancia de que mantuvieran en secreto su ausencia en el campamento.

—No importa que se sientan desairados por que me haya negado a verlos, no podéis revelarles la verdad, ni siquiera a Horst ni a Elain. Es mejor que piensen que me he convertido en un grosero a que digáis una palabra sobre el plan de Nasuada. Os lo pido por todos aquellos que se han enfrentado al Imperio. ¿ Lo haréis ?

—Nunca te traicionaríamos, Eragon —dijo Katrina—. De eso no debes tener ni una duda.

Entonces Roran les dijo que también iba a marcharse.

—¿Adonde? —exclamó Eragon.

—Acabo de conocer mi misión. Vamos a asaltar los trenes de suministro del Imperio en algún punto al norte de donde nos encontramos, detrás de las líneas del enemigo.

Eragon los miró: primero a Roran, serio y decidido, nervioso ya ante la expectativa de la batalla; luego, a Katrina, preocupada, aunque intentaba disimularlo; y por último, a Saphira, cuyas fosas nasales despedían unas pequeñas lenguas de fuego que chisporroteaban al ritmo de su respiración.

Roran agarró a Eragon del brazo, lo atrajo hacia él y le dio un abrazo. Luego lo soltó y lo miró a los ojos.

—Ten cuidado, hermano. Galbatorix no es el único a quien le gustaría clavarte un cuchillo entre las costillas si te despistas.

—Tú también. Y si te encuentras ante un hechicero, sal corriendo en dirección contraria. Las protecciones que te he puesto no van a durar siempre.

Katrina le dio un abrazo a Eragon y susurró:

—No tardes demasiado.

—No lo haré.

Juntos, Roran y Katrina se acercaron a Saphira y le acariciaron la frente y el largo y huesudo morro. El pecho de Saphira vibró con una nota baja y profunda que le resonó en la garganta.

Recuerda, Roran —dijo—, no cometas el error de dejar a tus enemigos con vida. Y, Katrina, no te recrees en aquello que no puedes cambiar. Solamente conseguirás prolongar tu aflicción.

Saphira desplegó las alas con un susurro de escamas y cálidamente rodeó con ellas a Roran, a Katrina y a Eragon, aislándolos del

mundo.

Cuando Saphira volvió a levantar las alas, Roran y Katrina se apartaron. Eragon trepó a su grupa. Con un nudo en la garganta, saludó con la mano a la pareja recién casada y continuó haciéndolo mientras Saphira levantaba el vuelo. Luego, parpadeando para quitarse las lágrimas de los ojos, se recostó en una púa de la espalda de Saphira y levantó la vista hacia el cielo.

¿A las tiendas del cocinero, ahora? —preguntó Saphira.



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